9.5.08

De altos vuelos y bajas huídas.

Cogí el primer tren con dirección a Madrid. Vagón 4, asiento 2-B. Sin compañía y con el paisaje cambiando en mi ventana. No mía, del tren.
En unas horas di con mis huesos en Barajas, facturé y tomé el avión hacia Berlín, una vez allí estaría esperándome la señorita “ponga el apellido alemán que le venga a la cabeza” que me ayudaría a encontrar mi hotel, quizás uno de tres estrellas, quizás su propio piso.
Al llegar a Alemania la lluvia me recibió con entusiasmo, fervor diría yo. La señorita “ponga el apellido alemán que le venga a la cabeza” finalmente no vino, mandó a su secretario (gordo, calvo y seguramente cabrón) a recogerme y santas pascuas.
El hotel en sí no estaba mal: cama, mesilla y televisión, el baño era comunal.
Encendí la televisión, porno.
Me masturbé con ansiedad pensando en la señorita “ponga el apellido alemán que le venga a la cabeza” hasta que mi ser cayó extasiado en la moqueta. Acto seguido tiré la televisión por la ventana.
Es lo único que recuerdo de aquel viaje.

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