Lo primero de todo disculpen mi exacerbado entusiasmo. Uno, pocas veces en su vida califica de perfecto un momento, una conversación, un polvo, un concierto. Y ayer, quizás por una de esas extrañas casualidades que solamente ocurren los veintinueves de Febrero, mi estado estaba hipnotizado, trastornado, afásico perdido. Asistir a un concierto de
Albert Pla tiene un precio, el de la debilidad del alma que, témome, acompañará al que escribe estas líneas toda la vida.
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