El muchacho está triste pero no llora. Las ojeras en su casa indican noches sin dormir, sin descansar.
El muchacho está sentado en una esquinita del salón, con la mirada perdida en las imperfecciones de la pared.
Suspiro.
El muchacho no comprende el paso del tiempo, no quiere entender que la rutina es un monstruo atroz que le come el hígado cada minuto que pasa. Ese pinchazo que siente no es de una aguja, es el reloj que marca la hora, sus horas.
Tristeza.
No sabe explicarlo, ni su amigo imaginario (alter ego donde los haya) lo intenta comprender, ante todo parado.
Asiente.
El presente es así y no lo puede cambiar, tampoco puede volver al pasado y mucho menos mirar al futuro, siente vértigo...y ella no está.
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