29.5.05

La poesía sigue viva

El anciano caminaba con su cuerpo encorvado hacia el banco de madera, su figura tenía forma de S, con una pequeña chepa en la espalda que le hacía ser más deprimente todavía.
Él que todo lo había sido siendo nada, no siendo alguien. Un perfecto desconocido, un escapista de la fama.
Acomodó su arrugado trasero, y miró a las muchachas que salían del instituto de la esquina. Eran tan bellas, hubiera dado sus cinco últimos años por una noche con una joven de esas que ya han superado la barrera y se han convertido en mujeres. Hubiera dado incluso más...
Había sido creador, madre de poesías, escritor de libros ilegibles perdidos en estanterías llenas de polvo de alguna biblioteca anónima. Su diestra había trazado frases oportunas, inteligentes y llenas de vida. Pero esos eran otros tiempos, ahora sólo quería pasar unas horas con alguna mujer. Las musas le abandonaron hacía tiempo, le dejaron por un presentador de telediario con aires de grandeza y bolsillo ancho. Su mujer...nunca una mujer repitió noche en su cama. Fueron muchas, pero el colchón quedó mudo un día y las noches enmudecieron con él.
Una joven pasó cerca, el anciano la miró con ojos llenos de viejos recuerdos, de lujuria pasiva.
- Es usted un cerdo, viejo verde.
Se sonrió, relamió sus labios resecos y se dijo a si mismo:
- ¡Cojones! menos mal, la poesía sigue viva.

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